Hoy te comparto una reflexión personal que nació cuando empecé a usar un pequeño anillo inteligente.
El tema va más allá de la tecnología: toca un dilema que cada vez más personas enfrentamos sin darnos cuenta.
Te invito a leer y al final me encantaría conocer tu experiencia.
Hace unos días me llegó un paquete. Pequeño, elegante, aparentemente inofensivo: un anillo inteligente.
Desde el primer momento que lo coloqué en mi dedo, empezó a hacer su trabajo: medir.
Mi frecuencia cardiaca mientras duermo.
La variabilidad de mi ritmo cardíaco al despertar.
Mis movimientos durante el día.
Mi nivel de estrés.
La calidad de mi sueño.
Mi recuperación física.
Y un largo etcétera biométrico.
Cada mañana me despierto y, antes de preguntarme cómo me siento, reviso el app.
Si el score de sueño está alto: "hoy puedes entrenar fuerte".
Si la variabilidad de la frecuencia cardiaca está baja: "mejor modera el esfuerzo, prioriza el descanso".
Si mi nivel de estrés subió: "ajusta tu agenda, reduce exigencias".
Es una interesante coincidencia que justo cuando lo empiezo a usar termino de leer en Homo Deus acerca del Dataism.
El nuevo oráculo de la vida cotidiana
El Dataism es, según Harari, una nueva religión emergente: la fe en el dato, en los algoritmos, en el procesamiento infinito de información como la vía definitiva para comprender y optimizar la vida humana.
Antes, buscábamos consejo en sacerdotes, psicólogos o incluso en la intuición personal. Hoy, le preguntamos al algoritmo.
Porque claro: ¿cómo competir contra un sistema que puede registrar miles de datos por segundo de nuestro propio cuerpo, hacer análisis comparativos, cruzar millones de registros históricos y ofrecer un diagnóstico matemáticamente impecable?
Parece imbatible. Y, en muchos aspectos, lo es.
La gran promesa: optimización total
El atractivo es indiscutible.
Los wearables prometen algo que nuestra intuición no puede darnos:
👉 Monitoreo constante.
👉 Alertas tempranas.
👉 Decisiones optimizadas.
👉 Prevención de riesgos.
👉 Ajustes de rutina personalizados al detalle.
¿Quién no quiere mejorar su rendimiento, su salud, su longevidad, su productividad?
Yo mismo, por eso lo compré.
Estamos entrando en una era de autooptimización continua. Un "upgrade" diario de nuestro propio sistema operativo biológico.
El riesgo silencioso: dependencia progresiva
Pero detrás de esa optimización hay un costo del que poco se habla: la transferencia gradual de autoridad.
Cada vez que cedo una decisión al algoritmo —cuánto dormir, cuándo entrenar, cuándo descansar— me desentreno un poco más de escucharme.
Mi autoconciencia empieza a atrofiarse.
La confianza en mi propio criterio va disminuyendo.
Me vuelvo dependiente de la lectura diaria del dato.
Y el problema no es sólo individual.
El verdadero negocio de estos dispositivos no está en el hardware. Está en los datos.
Porque esos datos:
alimentan modelos predictivos cada vez más precisos,
son comercializados, agregados, vendidos,
pueden ser utilizados en seguros, créditos, marketing, segmentación de riesgos y perfiles de consumo.
Como decía un viejo principio de internet:
Si es gratis (o barato), el producto eres tú.
En el Dataism, el producto son tus datos.
Y el riesgo no es que los algoritmos decidan mejor que nosotros hoy, sino que empecemos a pensar que siempre decidirán mejor que nosotros.
El punto de quiebre
La gran pregunta no es si la tecnología es buena o mala. Es quién tiene el control de la interpretación de los datos.
Porque al final:
El anillo es sólo una herramienta.
El algoritmo es sólo un cálculo.
Pero la decisión última debería seguir siendo humana.
El problema aparece cuando confundimos "dato" con "verdad absoluta".
Cuando dejamos de ser los usuarios… y nos convertimos en obedientes seguidores de un oráculo digital.
Reflexión final
Sigo usando el anillo. Me gusta. Me aporta información valiosa.
Pero me esfuerzo por recordar cada día: es un asistente, no un amo.
Porque optimizar está bien.
Pero ceder el timón completamente… eso es otro juego.
Y ese es el verdadero dilema de la era del Dataism.
¿Tú qué piensas? ¿Estamos ganando control… o lo estamos entregando?
Te leo en los comentarios.
— J.
Compraste el Oura?